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DESDE GANDÍA A GHANA

El mejor momento del día es a eso de las ocho, cuando empieza la ruta del autobús. Tocamos el claxon y empiezan a aparecer niños de la nada, corriendo, con sus uniformes azules y felices. Pero el día todavía se pone mejor. Llegamos al colegio y nos reunimos con los pequeños del orfanato. Sonrisas y más sonrisas, ¿qué mas dan los mosquitos, la lluvia y todo lo demás?


Pasan las horas y cuando terminas y crees que los niños ya están cansados, los más mayores te esperan en la puerta de clase y te gritan: Madam, please, teach us! Y no es que ya no te acuerdes de todo lo que el día anterior te molestaba sino que sabes que eres afortunada de estar dónde estás, con los niños y que no necesitas mucho más.


Entonces es cuando deseas que el día no acabe nunca, pero te tienes que ir a casa con una mezcla de sentimientos: agradecida porque no puedes imaginarte en ningún otro lugar mejor ni haciendo nada mejor, triste porque tu viaje tiene una fecha de caducidad y se te ha escapado un día más y feliz porque sabes que en pocas horas empezarás la ruta del autobús de nuevo y ni te acordarás de que ayer, por unos segundos te invadió la tristeza.


Laura

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