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Te recuerda lo caluroso de las relaciones humanas.

Llevaba unos años con la idea de irme a América Latina a colaborar como voluntario en un proyecto relacionado con lo social o lo educativo. Ha estado complicado encontrar una ONG: tenía yo poca confianza, los precios pedidos eran de locos, no había flexibilidad para las estancias. Con HOLA GHANA cambió mi percepción de las ONG, me dejó libertad para organizarme: los precios eran más razonables, yo podía elegir mi destino, mi proyecto y las fechas de mi estancia. Más que estos meros aspectos prácticos, noté en HOLA GHANA mucha sencillez y un proyecto coherente y global: no se trata de ir a colaborar en un país, volver y ya está. Lo que difunden en esta ONG es otra visión para otra sociedad, otra forma de ser.

Me fui tres semanas y pico en verano de 2017 a México, a uno de los Estados más pobres del país, Chiapas, a la ciudad de San Cristóbal de las Casas. Allí coincide con las vacaciones de verano para los niños. Ayudé en un campamento de verano para niños en Tlaxcala, un barrio desfavorecido de las afueras de la ciudad. Allí éramos varios voluntarios de Europa y América Latina y veníamos a jugar con los niños, a proponer actividades, a hablar de nuestros países, a cuidar del jardín y del huerto que tenían, a crear un invernadero (¿qué será hoy del invernadero? No tuvimos tiempo de terminarlo).

Fue una experiencia maravillosa, a pesar de los altibajos que vas experimentando naturalmente allí. Me quedo con varias cosas: la búsqueda de sentido que me faltaba en mi día a día aquí en Europa (soy profesor en la secundaria, y a los alumnos les da igual la enseñanza, la escuela, etc. Por lo menos no lo valoran). En Tlaxcala, los niños se ponen contentos con cualquier actividad que propongas y te siguen. Tienen mucho entusiasmo y sabes que les vas aportando algo, que les ensanchas el horizonte un poco. Te sientes útil y lo que vas haciendo allí con ellos, tu presencia en ese campamento, cobran sentido. Me acuerdo de la ilusión que tuvieron con las clases de francés que dimos con dos chicas francesas: rudimentos de francés para sobrevivir en mi país, una canción que aprendimos (y que siempre querían repetir…y lo gracioso es que pillaron la letra, pronunciaban bien ¡sin enterarse de nada!) y el Día de Francia con su momento cumbre: probar platos típicos del país. Preparamos un bizcocho típico, unos bocadillos “parisinos” (jamón York con mantequilla y pan fresco…hay muchas panaderías francesas en San Cristóbal). Fue un buen día y a los niños (bueno…a todos en realidad) les encantó la comida que hicimos.

Tengo muy buenos recuerdos gracias a los niños, los voluntarios locales implicadísimos (Darinel, Michelle y Citlally) y las amistades que pude hacer allí. Una experiencia que te saca de tu cotidiano y que te recuerda lo caluroso de las relaciones humanas. Aprendí mucho sobre mí también.

Christophe

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